Lo más difícil de una ascensión siempre es la bajada: estás cansado, quieres llegar lo antes posible y prestas menos atención. En la bajada es cuando más accidentes suceden.
Víctor Cuevas
En mi experiencia de montañero he disfrutado de ascensiones que me proporcionaron grandes satisfacciones. Subir una cumbre es un ejercicio de superación personal, de sacrificio, de constancia, de perseverancia, de motivación. Hoy se llamaría resiliencia, probablemente, porque se ajusta muy bien a lo que experimentas en una ascensión. Dificultades no previstas fuera de tu control, como por ejemplo las condiciones climatológicas, y dificultades inherentes a la condición personal de cada uno. Fuerzas o cansancio, miedos, fortaleza mental, seguridad, convencimiento, prudencia o determinación, por poner algunos ejemplos.
El placer que proporciona disfrutar de paisajes que están fuera de nuestro alcance habitual es muy grande. Te elevas, literalmente, por encima del suelo, de ese suelo que representa la vida cotidiana, con su gente, sus coches, sus calles, su trajín, su estrés… Subir una montaña es salirse de lo habitual, de la seguridad del cada día, de la seguridad de lo conocido, de la rutina, por qué no decirlo así.
En mi experiencia de montañero, hace años interrumpida por lesiones que me alejaron para siempre de las montañas, viví cada salida, cada ascensión como algo único, personal, íntimo. Nunca viví la práctica del montañismo como una competición. De hecho, jamás me he sentido más en contacto conmigo mismo y con lo que me rodea que subiendo una montaña. Mi experiencia de la ascensión era muy personal, incluso subiendo en grupo o con pareja. Siempre he vivido una ascencisón como una experiencia íntima: el esfuerzo físico, la lucha contra uno mismo y la montaña, la superación de las dificultades físicas y mentales. Una vez de regreso al refugio, llegaba el momento de compartir vivencias, detalles de la ascensión, siempre tamizadas por la experiencia personal de cada uno. Misma montaña, distintas experiencias.
Sin duda alguna, las experiencias que más me han marcado en la montaña han sido los accidentes bajando de las mismas. Accidentes que a la postre, me alejaron para siempre de mi amado deporte. Siempre me caí bajando, siempre tuve graves lesiones bajando, no aprendí lo suficiente y también la casualidad quiso que tuvieran lugar. El caso es que no pude evitarlos y tuve que renunciar a volver a subir una montaña el resto de mi vida. A veces las lecciones se aprenden con dolor, mucho dolor, como ha sido mi caso. Años de operaciones y dolores.
Bajar la montaña es lo más difícil que existe. Si pones todo el esfuerzo en la subida para hacer cumbre o cima, como se decía en mi época, y no dejas fuerzas para la bajada, corres un grave riesgo. Una vez en la cumbre, tras un breve momento de disfrute, hidratación y comida, toca bajar, sabiendo que hasta el refugio o el punto de partida, no habrá acabado la ascensión. En la bajada, donde es necesaria la máxima atención, la pausa, el control mental y de las condiciones del entorno, son fundamentales.
Bajar la montaña se convierte en una buena metáfora para la vida que nos toca vivir ahora. Tras el confinamiento, la salida del mismo es como bajar la montaña. Hay que ser prudentes, no correr, prestar atención al entorno, cuidarnos mentalmente porque tras el esfuerzo de semanas encerrados queremos que todo se acabe, que todo llegue al final y que se acabe ya. Y la bajada es larga todavía.
Los mejores montañeros que he conocido han subido y bajado montañas sin echar competiciones con nadie. Han disfrutado de cada ascensión como si fuera única. Han abandonado cerca de la cumbre cuando las condiciones climáticas o sus condiciones físicas lo aconsejaban. Han sido prudentes, evaluando sus objetivos en función de su experiencia, su pericia y también su condición física y mental. Han regresado bien, aunque hayan tardado más.
Cometí muchos errores en la montaña en las bajadas. Hoy no quiero repetirlos en la vida. Tampoco quisiera que lo hicieran los demás porque bajando es cuando más riesgo de caer existe.
Estoy totalmente de acuerdo con victor. Bajar la montaña es lo mas peligroso. Siempre hay que dejar fuerzas para la bajada y extremar la atencion. Las caidas son mucho mas probables y las consecuencias pueden ser fatales.
Yo también estoy de acuerdo con Victor, pero para mi eran todo un reto personal. Tengo que reconocer que las caidas no me han afectado en nada y doy gracias por ello, pero me encantaba dejarme caer, resbalar y patinar por los runales, es cierto que ahora tengo las rodillas echas polvo pero nunca pensé que pudiera ser por las bajadas de la montaña. Ahora tampoco puedo continuar esas salidas domingueras y campamentos en las montañas, tengo buenos recuerdos y al igual que nos comenta Victor para mi nunca fueron una competición, comencé desde pequeña y allí aprendí la solidaridad, la superación personal, la amistad, el respeto por las personas y por la creación, por esa madre tierra. Me ha gustado mucho leerlo y me ha recordado mis tiempos de montañera. Gracias
Muchas gracias por tus palabras, Paky, me han reconfortado muchísimo al saber que otras personas sienten algo parecido a mi respecto a la viviencia de la montaña y la naturaleza. Ahora que el COVID sigue tan fuerte, no poder acceder a la montaña es lo que más me está costando. Espero regresar muy pronto. Un abrazo.
Lo que mencionas de «El placer que proporciona disfrutar de paisajes que están fuera de nuestro alcance habitual es muy grande» es algo que me hace disfrutar subir las montañas y alcanzar las cimas, aunque estoy iniciando en este mundo algo tarde se que el límite lo pongo yo y espero alcanzar muchas cimas y ver paisajes que no todos pueden alcanzar.