La Prueba de Acceso a la Universidad, la comúnmente llamada Selectividad, es la máxima expresión del absurdo de la evaluación en el sistema educativo español. Una prueba que está estructurada en dos fases y cuyo único objetivo es medir los aprendizajes memorísticos de los alumnos y que, como resultado de ello, condiciona al profesorado en su forma de evaluar: exclusivamente memorística mediante exámenes escritos. En la Selectividad ni siquiera las pruebas de lengua extranjera tienen examen oral, elevando el absurdo hasta el infinito.
¿Evaluar por competencias? ¡No me hagas reír, por favor!
Ninguna de las competencias que la Unión Europea considera imprescindibles en el sistema educativo son evaluadas para entrar en la educación superior. El discurso oficial y las leyes, también en Educación, van por un lado mientras que la realidad va por otro.
Dime cómo evalúas y te diré cómo aprendo
Si a los alumnos se les va a evaluar exclusivamente de forma memorística, ¿por qué van a cambiar los profesores su forma de enseñar y evaluar? Es imposible. La evaluación condiciona absolutamente la forma de enseñar y aprender, digan lo que digan los cursos de formación por Internet, las leyes educativas o los gurús educativos.
La ansiedad como estado
Los alumnos de 2º de Bachillerato están en estado de ansiedad permanente. Dicen algunos que es bueno para que se enfrenten a la vida. A mi me parece que la sociedad estresada y ansiógena en la que vivimos es una mierda. Si se puede evitar la ansiedad y el estrés, mejor. Los problemas vienen solos como para que nosotros contribuyamos a ellos. En mi instituto durante este curso vamos a impartir tres talleres de ansiedad, por dar un dato.
Un cambio barato
No hace falta dinero para diseñar otra forma de acceso a la universidad. Hacen falta ideas, que es precisamente de lo que andamos más escasos. Hablamos de portafolios educativos y no valoramos, por ejemplo, que sean instrumentos válidos para el acceso a la universidad, como tampoco valoramos las opiniones de los profesores que hemos estado años dando clase a los alumnos, o sus propias motivaciones y expectativas. El modelo anglosajón me gusta más, desde luego.
Cada día que pasa pienso que aquellos anhelos de cambio en el sistema educativo se van a quedar en meros deseos, ahora que voy a cumplir 25 años en la profesión. En cualquier otro ámbito de la sociedad, 25 años son un mundo. Pero aquí seguimos fieles al «sostenella y no enmendalla».
Cuando los recursos son limitados y no llegan para todos, resulta difícil encontrar un sistema justo para repartirlos. Tan malo parece dejarlo al criterio personal de los que reparten como establecer un protocolo basado en las cantidades que no contempla las excepciones, ni lo que hay detrás de cada número.
Y esto es lo que sucede con la Selectividad, que se queda en la cifra y no tiene en cuenta otros matices como la vocación o la aptitud para un determinado oficio. Una profesión no solo consiste en aplicar correctamente ciertos saberes especializados; son más cosas. Por ejemplo, un médico no solo cura porque sabe de órganos, síntomas y medicamentos, sino también con su presencia, con lo que, consciente o inconscientemente, transmite a sus pacientes. Y ese don, esa cualidad, ¿cómo se mide con una nota?
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