Cuando finaliza el trimestre en los Institutos de Educación Secundaria, el Equipo Directivo presenta al claustro un informe con las estadísticas del rendimiento académico del alumnado. Estos informes reflejan los porcentajes de aprobados y suspensos en cada materia y en cada curso y nos devuelven, en forma de estadísticas, uno de los pocos aspectos de la realidad educativa de los centros que se cuantifica. Esta práctica de manejar estadísticas del rendimiento debe constituir, desde mi punto de vista, uno de los puntos de partida del análisis del trabajo que hacemos en los centros para poder mejorar, aunque no el único, puesto que hay múltiples interrelaciones que explican el rendimiento académico del alumnado.
Habida cuenta de que en los últimos años el rendimiento académico del alumnado cae de manera gradual y constante, los docentes hemos de preguntarnos algo al respecto. Sabemos que el sistema educativo, en general, no está bien, así lo atestigua el Informe PISA, pero no podemos quedarnos ahí. Imaginemos por un momento, que una empresa cualquiera tuviera unos resultados económicos negativos, mes tras mes: saltarían todas las alarmas y se haría una revisión de los procesos implicados en la misma, ya sean comerciales, productivos, contables… ¿qué es lo que está fallando?
Los centros educativos no somos una empresa y medir nuestro grado de éxito o fracaso en función del rendimiento del alumnado sería simplista e injusto, probablemente. Como son muchos los factores que inciden en el rendimiento del alumnado, algunos de estos factores se nos escapan a nuestro control y difícilmente podemos intervenir sobre ellos. No podemos intervenir en las dinámicas familiares, ni en la extracción social de nuestros alumnos, ni en los valores sociales predominantes, ni tampoco tenemos, por desgracia, demasiado protagonismo en la gestión de las leyes educativas, salvo en su cumplimiento. Esto es evidente y no necesita un análisis más profundo.
Sin embargo, lo que no resulta ya tan evidente es considerar a todos los factores que intervienen en el rendimiento del alumnado como ajenos a nuestro trabajo, a nuestra práctica diaria. Según un estudio de la Universidad de Salamanca aplicado a alumnos universitarios, una parte de la responsabilidad recaería en los propios alumnos, algo que constatamos a diario en los centros:
(…) entre las causas atribuibles al propio estudiante figuran la falta de autoexigencia y responsabilidad, el deficiente aprovechamiento de las horas de tutoría y el insuficiente dominio de las técnicas de estudio por parte del alumno. Los docentes también atribuyen este bajo rendimiento a la falta de esfuerzo para centrarse en el estudio, la escasa motivación y la falta de orientación al elegir la titulación.
En ese mismo estudio, se señala que otros factores serían directamente atribuibles a los profesores:
Por otra parte, entre las causas debidas a los propios profesores el informe subraya la baja estimulación para la dedicación a la tarea docente, la falta de estrategias de motivación por parte del profesor y la escasa comunicación entre docente y alumno.
La cuestión es, por tanto, mucho más compleja que simplemente atribuir el bajo rendimiento a la falta de exigencia y esfuerzo del alumnado, teniendo los profesores una parte de responsabilidad y, por tanto, una parte de la solución. Desde luego, mirar hacia otro lado no va a mejorar la situación. No olvidemos, además, la parte de la responsabilidad que recae en la administración educativa, quien provee de recursos y hace las leyes. En este sentido, la realización de planes de refuerzo y apoyo y, el aumento del gasto educativo, tienen también una gran parte de responsabilidad. Ahora bien, no es un factor que posamos controlar desde los centros, aunque sí reivindicar su mejora, algo que hemos olvidado con demasiada frecuencia.
¿Y entonces qué hacemos? Creo que hay que apostar por la calidad y el establecimiento de planes integrales de calidad en los centros educativos que permitan analizar de manera global las interrelaciones existentes en toda la comunidad educativa, familias, alumnado y profesorado.
La OCDE (1995) define la educación de calidad como aquella que «asegura a todos los jóvenes la adquisición de los conocimientos, capacidades destrezas y actitudes necesarias para equipararles para la vida adulta». Existen dos modelos de calidad total aplicados a la educación: el modelo basado en las normas ISO 9000 y El Modelo Europeo de Gestión de la Calidad (EFQM). Cada vez más centros entran en un proceso de análisis de su estructura para obtener los sellos que acrediten la calidad en la educación que imparten y parece que es una tendencia en aumento, a pesar de que algunos compañeros, como nuestro amigo de Boluesis, piensan que no sirve aplicar modelos empresariales a instituciones educativas. Yo no lo tengo claro del todo, pero prefiero aventurarme y sacar conclusiones posteriormente.
Pere Marques, en su blog, dice que los centros educativos eficaces (que aplican los criterios de calidad total) son aquellos en los que existe:
– Compromiso con normas y metas compartidas y claras. Los fines generales de la educación deben considerar las tres categorías básicas: la competencia académica y personal, la socialización de los estudiantes y la formación integral.
– Búsqueda y reconocimiento de unos valores propios .
– Liderazgo profesional de la dirección. La actividad directiva se centra en el desarrollo de actividades de información, organización, gestión, coordinación y control. Supone una continua toma de decisiones en aspectos : administrativos y burocráticos, jefatura del personal, disciplina de los alumnos, relaciones externas, asignación de recursos, resolución de problemas… Debe conocer bien lo que pasa en el centro, mediar en la negociación de los conflictos y ver de tomar decisiones compartidas.
– Estabilidad laboral y estrategias para el desarrollo del personal, acorde con las necesidades pedagógicas de cada centro. Procurar el aprendizaje continuo del profesorado y la actualización de los contenidos, recursos y métodos.
– Curriculum bien planeado y estructurado, con sistemas de coordinación y actualización periódica..
– Clima de aprendizaje. La enseñanza y el aprendizaje deben constituir el centro de la organización y la actividad escolar. Se debe cuidar el ambiente de aprendizaje buscando el aprovechamiento del estudiante y el empleo eficiente de los tiempos de aprendizaje. La motivación y los logros de cada estudiante están muy influidos por la cultura o clima de cada escuela.
– Profesionalidad de la docencia.: organización eficiente del profesorado, conocimiento claro de los propósitos por los alumnos, actividades docentes estructuradas, tratamiento de la diversidad, seguimiento de los avances de los estudiantes, uso de refuerzos positivos, claras normas de disciplina…Eficacia docente
– Expectativas elevadas sobre los alumnos y sus posibilidades, comunicación de estas expectativas, proponer desafíos intelectuales a los estudiantes…
– Atención a los derechos y responsabilidades de los estudiantes, darles una cierta responsabilidad en actividades del centro, control de su trabajo, atender a su autoestima…
– Elevado nivel de implicación y apoyo de los padres. Participación de la comunidad educativa (Consejo Escolar, AMPA…)
– Apoyo activo y sustancial de la administración educativa
¡Habrá que ponerse las pilas!
Imagen: FlickrCC
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