Mi padre ha cumplido ochenta años. Lo hemos celebrado en familia todos sus hijos y sus nietos, como hacemos desde que tengo uso de razón porque siempre ha tenido a la familia cerca. Tiene una salud envidiable y sigue teniendo una cabeza privilegiada. Lleva trabajando desde los catorce años, cuando su padre murió y él tuvo que asumir la responsabilidad de llevar dinero a casa. Todavía sigue yendo a trabajar porque no ve motivos para no hacerlo, y eso que ha tenido oportunidades para retirarse y vivir cómodamente.
Mi padre trabajó desde pequeño de forma incansable, llegando a tener su propia empresa. Hoy dirían que es un emprendedor, pero no estoy de acuerdo. No tuvo estudios ni apoyo del Estado para salir adelante, sólo audacia, perseverancia, paciencia y fe en sus ideas. Y pasión, mucha pasión por su trabajo. Ha sido un luchador. Quiso ofrecer a sus hijos una vida mejor que la que él tuvo cuando era un niño. Nos dio educación, nos ofreció oportunidades y luego cada uno de nosotros eligió su propio camino.
Es un hombre hecho a sí mismo, una especie a extinguir. Ha sido capaz de progresar a base de trabajo y esfuerzo supliendo las dificultades con entusiasmo. Nadie le ha regalado nada. No ha estado en partidos políticos ni ha hecho pelotazos urbanísticos o bursátiles de los que tan moda están ahora. Es un hombre honesto.
He aprendido muchas cosas de él, a pesar de trabajar en algo totalmente alejado de su mundo. A tener fe en tus principios, en tus ideas, en tus proyectos. Siempre he escuchado que no importa cómo acaban las cosas sino cuál es el camino que hay que recorrer para conseguirlas, Sin prisa, sin ganas de acabar, disfrutando del proceso, sorteando las dificultades que iban llegando.
Soy el único de sus hijos que no trabaja junto a él pero sigo sus pasos en mi ámbito, el educativo. Porque, al igual que mi padre, creo en que hay que seguir tu propia senda, con honestidad, con fe, con ilusión. Al igual que mi padre, creo que hay que lanzarse a explorar nuevos caminos, a recorrer lugares antes no transitados. Si bien es cierto que yo lo hago desde mi puesto de funcionario, mi riesgo está en cómo hago mi trabajo, en dónde y con quién y, también, en para qué.
Vivimos obsesionados con el éxito fácil y rápido. Proliferan los vendedores de humo con sus títulos académicos pero sin apenas experiencia en la vida real; son expertos en los artificios del marketing y en el uso de las redes sociales para el auto bombo. Mi padre dice que para ganar una vez hay que perder noventa y nueve, que hay que dejarse la piel en tus proyectos para obtener resultados. Definitivamente, los tiempos de hoy son otros.
Mi padre es un ejemplo de trabajo de toda una vida, de forjar el éxito en la experiencia dilatada de años, de sobreponerse a los fracasos, de seguir cuando todos piensan que no hay salida, de seguir con ilusión aunque los años sigan pasando, de no rendirse jamás. Tengo suerte por tener a alguien así que me inspira.
Gracias, papá, gracias por tu ejemplo de trabajo, de honestidad, de fe y de fuerza. Eres grande, ¡te quiero!
Víctor, acabo de leer esto, no lo había visto. Todo lo que dices es verdad. Lo he vivido en primera persona. Tenemos suerte de tener como progenitores a una generación que no se repetirá jamás en España, creo. Disfrutémosla todo lo que podamos. enhorabuena por este pequeño homenaje. Un abrazo. Luca
Hola Luca. Muchas gracias por tus palabras, qué entrañable me resultan. Efectivamente, creo que nuestros padres han formado parte de unas generaciones difícilmente reptiles, hombres y mujeres hechos a sí mismos que han sacado adelante a sus familias en circunstancias muy difíciles.
Un abrazo grande