Ha tenido que llegar el COVID-19 para recordarnos que la vida es frágil, maravillosa pero frágil. La pandemia nos enseña lo más básico de la vida: la ayuda mutua es la base de la superviviencia de las sociedades. Siempre fue así y ahora también.
En estos momentos de confinamiento, de incertidumbre, de pérdidas de seres queridos en la más horrible de las soledades, tenemos que recuperar el valor de lo colectivo, de los cuidados que nos ofrecemos unos a otros, de la fraternidad. Somos frágiles y vulnerables, estamos expuestos a miles de circunstancias que escapan de nuestro control y pueden acabar con nuestra vida o nuestro modo de vida en muy poco tiempo.
Seamos agradecidos
Ser conscientes de la fragilidad de la vida nos tiene que ayudar a ser agradecidos con ella. La vida es un regalo maravilloso que desperdiciamos con problemas ridículos en no pocas ocasiones. Si eres de los que tienes tus necesidades básicas cubiertas lo entenderás. La maravillosa gratitud hacia la vida debe ser infinita. Gracias por estar aquí con los míos.
Otros no viven tan bien
No estamos en guerra, no tenemos sequías extremas ni somos refugiados que huyen del hambre. Tenemos de todo, vivimos en la sociedad del derroche y el despilfarro, pero ni siquiera eso nos sirve para escaparnos de una pandemia. Conviene recordarlo cuando ésta pase. Conviene recordarlo cuando decidamos devover en caliente a los que salten las vallas, a los que pidan ser rescatados en las aguas del Mediterráneo porque huyen de sus infiernos, o decidamos deshauciar a quienes no puedan pagar el alquiler. La solidaridad debe ser el pilar de nuestra sociedad.
El valor del altruismo
Somos frágiles y vulnerables, pero nos tenemos los unos a otros. En estos momentos de cuarentena, de dolor y de pérdida surge el altruismo y sale a relucir lo mejor de nosotros mismos. Lo estamos viviendo todos los días: los apluasos colectivos a quienes están luchando en hospitales, trabajando en supermercados, en servicios de transporte, en la limpieza, en los cuidados de personas mayores, los cuidadores de dependientes…
El ofrecimiento de ayuda desinteresada en las comunidades de vecinos o en la Red está siendo de todas las formas inimaginables. Ante una desgracia de esta magnitud sale lo mejor de nosotros. Pero también lo peor, la insolidaridad, la huída de quienes se quieren salvar sin saber quen su huída llevan el virus consigo. Ellos son lo peor de nuestra sociedad.
Hay que rescatar vidas, hay que rescatar a las personas. En estos momentos de crisis necesitamos rescatar a las personas y poner la economía del Estado al servicio de las personas para que esta crisis no caiga en los más vulnerables. Por justicia, no por caridad. Ayudar a los trabajadores, a los autónomos a las Pymes, y desde luego a las empresas que están en máxima dificultad y pueden cerrar sus negocios. No obstante, cuando acabe la crisis, debe haber un plan de choque para que la Sanidad y la Educación Públicas así como el sistema de dependencia sean dotados de los mejores medios posibles. Rescatemos vidas, por favor.
El valor de lo auténtico
Recuperemos el valor de lo auténtico: vivamos más lo común, consumiendo menos, disfrutando más. Esta crisis nos tiene que hacer cambiar el modo de vivir y aprovechar mejor los recursos, la comida, los viajes, el ocio, la forma de movernos… Menos es más, el ritmo de destrucción del planeta debe cambiar. Aprovechemos esta crisis para recuperar el aire limpio de las ciudades, el agua limpia de los ríos, los barbechos de las tierras que necesitan descansar, el consumo de temporada y por necesidad. Reducir, reducir y reducir. Si esta crisis sirve para recuperar una vida más lenta, más auténtica y más sencilla, habrá servido para algo. Si no, habrá sido un fracaso más.
Los deberes en tiempos de crisis
Dejemos de mandar deberes como si no hubiera un mañana. Cada profesor con una herramienta distinta en una espiral que no lleva a ninguna parte. Tocará reflexionar también sobre ello, no ahora sino cuando acabe la crisis. Ahora estamos sobreviviendo como podemos, tenemos que dejar de saturar a los chicos y las chicas. Que aprendan a enfrentar una situación inédita en sus vidas. Que aprendan a convivir para después convivir mejor en los centros. Que aprendan el valor del tiempo, del silencio, del ocio, de la escucha, de las tareas domésticas, de la imposibilidad de hacer lo que les venga en gana, de la reclusión forzosa en aras del bien común, de que no somos todopoderosos ni tenemos todo bajo control. Es la mayor lección que podemos enseñar y aprender. Todos.
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